10.05.2007

Él era un gigante -a veces un ogro- que me llevaba al parque en el verano. Cuando caminábamos me cogía la mano. De vez en cuando giraba la cara y me mostraba entera su dispareja construcción de dientes. La última vez me compró un algodón rosa, a mí no me gustaba, pero por verlo feliz era capaz de sumergir la cara en el azucar. Mientras mordía el vacío en esa nube miraba mi mano perdida en su puño moreno. Desde entonces me sabe dulce la piel oscura.

Siempre preferí sentarme en una banca a comer cóctel de elote y mirar a mis hermanos volar en los columpios. Dicen que en el sur hay un niño que cura a los locos columpiándolos fuertemente hasta que el terror les devuelve la cordura. Por desgracia el vuelo siempre acaba.

El gigante moreno duerme. Ahora sus ronquidos son la grave medida del tiempo. Tuve la suerte de -alguna vez- tener la estatura de los perros, y mirarlos a los ojos, comprenderlos. A ratos la altura que hoy tiene mi cuerpo me marea. Para reponerme debo parar en una esquina y llenarme de esa bruma que dejan los niños en la risa.

El gigante duerme abrazado de su almohada, varios perros descansan rodeándole el cuerpo, hinchando los pulmones y resoplando a su ritmo. Ahí tumbados parecen un montón de lomas creciendo y fugándose en la cama.

Antes, cuando él dormía, yo me acercaba a comprobar mi cara en su mano. A nadar en esa luz amarilla que despedía la pequeña lámpara de su cuarto. Ahora él prefiere dormir con la luz del faro que entra por la ventana y en vez de mi niñez a su lado tiene a los perros.

Cada noche el gigante se mece mirando un árbol que se mueve afuera con el viento. Su respiración en ese instante es la fuga de un mar en la oscuridad. Marea desapareciendo su cuerpo.

3 comentarios:

overcast dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

bello. giganta come nubes.
beso

overcast dijo...

En una noche que debi� ser lluvia
o en el muelle de un puerto tal vez inexistente
o en una tarde clara, sentado a una mesa sin nadie,
se me cay� una parte m�a.
No ha dejado ning�n hueco.
Es m�s: pareciera algo que ha llegado
y no algo que se ha ido.
Pero ahora,
en las noches sin lluvia,
en las ciudades sin muelles,
en las mesas sin tardes,
me siento de repente mucho m�s solo
y no me animo a palparme,
aunque todo parezca estar en su sitio,
quiz� todav�a un poco m�s que antes.
Y sospecho que hubiera sido preferible
quedarme en aquella perdida parte m�a
y no en este casi todo
que a�n sigue sin caer.

Juarroz

v

Hermosillo, Sonora, Mexico

algunos lugares

archivo