12.18.2007

No sé, quizá deba aceptar mi saliva como una lágrima del silencio, sobre todo ahora, que el agua suena bajando de los pisos de arriba, haciendo talvez un edificio de agua encima del edificio en que habito.

Se puede ser extranjero de la cultura, pero de la violencia jamás, esa la sientes, es de todos, la rabia de los chicos contra los inmigrantes de Alarcón, el tipo pateando el auricular de la cabina de al lado mientras yo hablaba a casa (ese país cálido con una cama y voz de madre). La violencia está en la mirada, en la desconfianza, en mirar los ojos para protegerse, no para entrar, no para conocer. Mirar con un temblor de lejanía.

Pero bueno, pensaré mejor en la diversidad, el color, la arquitectura, la cultura, el arte, el paisaje, la gente amable. Pensaré en lo que me ha traído acá, en lo que me ha hecho venir.

Crear cosas fuera de mí que vengan de la profundidad. Caminar a solas, andar en tren, escuchar los latidos de mi corazón aunque este se halla quedado en una península de mi tierra. Pero está acá ese músculo ingrávido, flotante, como un riñón de amor.

Notar al amor con la claridad que le da la distancia. Mirar. Sentir la personalidad de las ciudades, notar el agua, la caída del agua, saber de los tamaños del hombre frente a los autos, frente a los edificios, como uno es pequeño frente a las tiendas Ferragamo, como uno es grande frente al vidrio nublado de la cabina telefónica.

Saber de la locura, ver las cosas donde están, ver el fantasma de las cosas, no hablar, notar que no dejamos de hablar, nunca.
Mirar al hombre y la mujer de mi ciudad, de mi pequeño rincón, de mi casa, mirar al hombre y la mujer del mundo,
saber que no quiero morir,
notar como cada calle tiene una atmósfera propia, es un orden, los papeles vuelan llenos de silencio, la gente es un murmullo del tiempo, del reloj, de la contaminación.
Cada calle tiene su propia muerte y su propia esperanza.
Uno es la ciudad.
Yo soy la ciudad que habito. Si me veo un cuchillo esta tarde me atracan. Si me veo el amor esta tarde la ciudad me hace feliz. Afuera paranoias.

Notar. Ahora estas grafías las uso de anteojos.

Barcelona, 27 de enero del 2007.

12.06.2007

días sobre cartón



El martes pasado fue la exposición final del taller de retrato que impartí en el Cereso 2, próximamente subiré fotos de las obras de mis alumnos para compartirlas con ustedes, por lo pronto va este texto que escribí para ellos. Un abrazo.

Y es que el cuerpo está en el deseo de una manera más real que en sí mismo, dice el poeta José Carlos Becerra, y lo he comprobado al acudir cada mañana al taller de dibujo en el Cereso 2, donde el tema de estudio ha sido el retrato. En el taller durante cada ejercicio vivimos un deseo en el papel y en nosotros mismos. La libertad nos ha crecido dentro como la hierba y nosotros surfeamos con el lápiz en ella.

Conocernos nos hace más libres, porque así somos capaces de distinguir lo que queremos en nuestra existencia de lo que no, y podemos desechar todas aquellas cosas que nos enturbian el día, y podemos también acercarnos a aquello que sabemos nos hará bien. En el taller, precisamente para conocerse, los alumnos han realizado un autorretrato en el que han mirado su propio rostro durante horas, escribiendo un diario personal a líneas, haciendo el mapa de sus andanzas en sus líneas de expresión, reconstruyendo, con el ritmo de su propia sangre en el cartón, su cuerpo.

También al dibujar al otro se aprende, porque en los demás se encuentra la vida, y entre más seamos capaces de comprender al otro más entendemos de la existencia, más de nosotros mismos y de la diversidad, de la autenticidad de cada ser, y con esto nos volvemos más humanos, que creo es la aspiración del que dibuja, del que escribe, del que trabaja con la sensibilidad.

En este taller el retrato ha sido para el análisis del cuerpo como una manera de echarnos un clavado en nuestra propia humanidad, el retrato para mirarnos también la piel por dentro, y entrar en la piel del otro, del ser que dibujamos, nuestro vecino o compañero y entenderlo, abrazarlo con el trazo.

Abrazarlo con esa línea sinónimo de nuestras venas, de nuestra manera de entender el mundo, de nuestro fluir por la vida, abrazar esta vida de la forma más natural que conocemos, siendo niños, así, como lo hicimos aquí en el taller, deshaciéndonos como un carbón sobre el papel, aprendiendo a mirar en el goce de un instante y dibujarlo y por supuesto, reír, que eso fue lo mejor del taller, la posibilidad de la risa, porque cuando se dibuja se está lejos, allá muy dentro de uno mismo, en un rincón donde nadie puede hallarnos, allá en el aire, ahí en la vida, y en ese instante somos nada y somos a la vez pura inmensidad, ahí dibujando somos la libertad más silvestre, la vida contemplándose a si misma.

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Hermosillo, Sonora, Mexico

algunos lugares