7.28.2008

Las alas dibujadas


2006. Goauche, collage, pluma bic y café sobre papel. (un dibujo para Paloma)

Me mudo de casa. Deshago el armario. También el breve juguetero que alguna vez, en su arrebato por aprender carpintería, hiciera para mí mi padre. La cama. Las sillas. El sofá verde. Doblo todo para que quepa en cajas de cartón. De las esquinas del cuarto desmantelado (de mí) salen alacranes. Recuerdo al verlos ese poema de Rózewicz: Se abre mi cuerpo / salen animales / calladamente olfatean la noche. Sucede así. Me los llevo, junto con las alas dibujadas en los viejos cuadernos.
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7.17.2008

El contenido de las nubes


Pablo R. Picasso. L’abraçada, 1900. Pastel sobre papel.


Alegre por la exposición de Picasso en Guaymas les comparto una crónica de mi visita al museu picasso en Barcelona hace ya dos añitos. Abrazos al Puerto (así, cachondos, como en el cuadro).



Va para la Pina y el Bruno.


Qué tienes, pregunta la señora con los dedos suspendidos sobre la caja registradora. Nada, respondo. Cómo que nada, entonces debo creer que has venido al bar y no te has bebido ni gota.

Es todo. El fin de mi noche siguiendo las huellas de Picasso en Barcelona es en un bar, dónde yo, pensé por un momento que la malencarada dueña se había convertido en humana y preguntaba por mi estado de ánimo. Después entendí que en esta ciudad preguntar qué tienes es preguntar qué has consumido, y bueno, tiene bastante sentido.

Debo confesar que suelo sentirme la mar de ridícula en los museos, parada por tan sólo unos segundos frente a las obras que he mirado durante horas en fotostáticas, comprobando que mis mejores análisis sobre el arte provienen de un error de impresión y que los colores que yo asimilo maravillosos jamás serán los colores. A resumidas cuentas lo que quiero decir es que esto de hacer arteturismo amerita una cerveza, lo pensé cuando al salir del museu evadía la oleada de turistas que andan las ramblas.

He bajado del metro en la Jaumé I, y hechado a andar como siempre al revés, porque esta ciudad me la he recorrido total de cabeza. Si tengo que ir rumbo a la montaña agarro hacia el mar y viceversa y con esto de transportarme debajo de la tierra mi sentido de la ubicación en la superficie es el de un perro en el cielo. Pero al mirar cerca el mar entiendo que debo dar reversa así que recupero mis pasos buscando la calle del mapa.

Ya en el barrio Gótico el mundo me cae encima, en cada piedra el peso del tiempo, poético y gordo, entonces las estrechas callejuelas se ven hermosas porque sólo por ellas corre ligera la luz. Casi llegando al Carrer de Montcada me quito las gafas, un poco cansada saco un tabaco, apunto estoy de girar la rueda del encendedor cuando unos ángeles latinoamericanos disfrazados de plomeros me gritan que lo tire, que lo tire, que lo tire. Pues lo tiro. Que lo apague y pues lo piso. Ellos sacan una cajetilla, se acercan y me invitan otro. E que -me dicen- hay una fuga de ga, Chica, etaba apunto de hacelno vola a todo, guardate éte, préndelo cuando ande un poco lejo. Y yo, bueno, giro con el tabaco nuevo pendiendo de mis labios.

Apenas recuperando el aliento después del hipotético incendio, veo el edificio del Museu Picasso: no puedo contener la risa imaginando que de explotar todo hubiera pasado sobre mi malogrado cadáver algún incauto sumergido en el dilema ese que se cargan los maestros de arte sobre si rescatar a un perro o un cuadro.

Comienzo a recorrer el museo -como todo- desde el último período. Mirando en los jarrones el rostro de Odalisca Jaqueline y en los platos unos simpáticos pescados de cerámica. Después un que otro cuadro cubista que invita una sonrisa mientras los franceses de al lado hablan con signos de exclamación señalando la tragedia de Dora Mar con el índice.

La sala de enseguida esta totalmente dedicada a la buena broma que Monsieur Picasso le hizo no sé si al espectador ó a Velasquez y todos los estudios que realizó para llegar a la versión más infantil de las meninas.

Sigo caminando los corredores del museu a contracorriente, los guardianes de la obra, que más bien parecen mayordomos, arréan a los turistas hacia la sala siguiente. Yo escabullida, permanesco en la sala anterior, el guardía me mira con gesto de inspector de salubridad frente a un puesto ambulante, pero vale la pena, ahora tengo un espectáculo frente a mí: los dibujos que realizó Picasso de burdeles y cantinas hacen bailar a los varones un vals frente a cada cuadro, por ahí se escucha una risa femenina y todos los chicos que habitan la sala voltean, a uno de ellos se le escapa un suspiro contenido. Sobra decir que estos dibujos son geniales y sus papeles, bastante gastados por la travesía del autor, contrastan con el montón de vidrios de alta seguridad y los finos modales de los guardias. Es como mirar los dibujos a través de las paredes de un condón.

Entrando a la sala siguiente compruebo que la pureza de Picasso se encuentra en el cielo. En todos esos cuadros dónde reprodujo la luz de las azoteas de Barcelona su pincelada es como si supiera el contenido de las nubes. Aquí la cosa se pone bastante bien, porque comienzan los trazos de la academia, todos esos rostros con fragmentos llevados al detalle total y otros dejados con el trazo inicial, o ni eso. Yo me desdibujo un poco frente a ellos sumergida en el lado inacabado de las cosas.

Después viene la dulce cara del invierno en el retrato azul. El cuadro de la tía Pepa (que es igual a mi abuela que vive en Obregón, que cuando la visito siempre mira fijamente al vacío a travéz de mi taza de café, esperando el momento justo para otra vez llenarla). El abrazo (no puedo creer que usted y yo, señor de al lado, no lloremos un poco frente a este cuadro). Termino la visita deambulando por infinidad de dibujos arrancados de los cuadernos del pintor hasta llegar a un Picasso niño, virtuoso, que retrata a un perro.

Ya montada en el asiento del metro, mirando mi boletito del Picasso, inútil y ahujerado por el guardia para asegurarse que no vuelva a entrar sin pagar, asimilo la extraña función del arte: transportarte al estado más primitivo, ahí dónde nacen las cosas que no sabemos, el amor, la belleza, la memoria, los sueños.

Picasso comenzó pintando como un sabio, eso en su vida adulta fue una tormenta y entonces quiso pintar como un niño, de ahí el cubismo y demás accidentes que provienen de andar el mundo del revés. Saliendo del metro miro un bar y pienso que en verdad es urgente llegar por una cerveza.




Barcelona, Octubre del 2006.

7.08.2008

El peine de los vientos






Sólo quise decir que es tremendo estar vivo.
Silvio Rodriguez


El mar silva su canción de inmensidad y respira fuerte soltando agua por los huecos de las piedras, yo despierto creyendo que es la voz de las ballenas pero después sé, por la bella explicación científica, que en realidad es la voz de la entraña del agua que le canta a la luna que se aleja.
El día nuevo se estrella en mi pecho como un mar embravecido. En el cielo de Donostia nace la lluvía frágil, el tiempo pequeño de una gota. Xirimiri (la lluvia apenas acaricia). El agua cubre la arena borrando los mensajes (como en tu cuento), entonces pienso que cada vez que el mar nos borra nos dibuja de nuevo en otra arena, la memoria.
Las fotos son del Peine de los vientos de Chillida. La escultura más maravillosa que he visto. Allí, naciendo de la piedra, filtrando el aire, rompiendo el agua. Silvando una canción de todos los tiempos.

v

Hermosillo, Sonora, Mexico

algunos lugares