1.03.2009

Mascarada y Lezginska

Para la Orquesta Filarmónica de Sonora


Soy un cadáver en la butaca 26. Olas sanguíneas bajan por los pasillos del auditorio mientras todos aplauden. Mi tristeza es un barniz más sobre las cajas acústicas. El horizonte una línea que les crece a los violinistas sobre el hombro. Mi angustia ha reventado hasta separarse como una crin más del arco, tallado una y otra vez contra las cuerdas.

Me invade la infantil violencia de un ocaso armenio. Me atropella un carro de fuego con cuatro chelos. La noche del mundo es una telaraña, ingrávida, afuera. Dentro del auditorio tocan Mascarada de Aram Kachaturian. El director de orquesta reclama con un dibujo en los dedos el sonido al aire. La música se ha despeinado.

Los violines son sincronía de avispas que gritan lo que duele mientras los tragos de saliva aterrizan en el corazón, que para el final del concierto pesa como la bolsa de dulces de un niño en una fiesta. El concierto que dio fin a la VII temporada de la Orquesta, fue en el Auditorio Cívico, gratuito, uno más dentro de la peregrinación de la Filarmónica por el Estado.

Los intérpretes miran hondo, abren con cada nota otra piel del vacío, desprendidos del cuerpo que ejecuta, mientras el pulmón de la noche es un trombón y las percusiones un reclamo de intensidad.

Por una hora el paladar sabe a lágrimas que bajan y suben por la garganta al tiempo que un hilo invisible mueve a los chelistas de lado a lado cada vez más rápido. Los violines reposan como un gato sobre las piernas de negro. El director brinca con un aire de demonio sobre la duela para indicar continuidad. El concierto que comenzó con la sinfonía No. 7 de Beethoven se ha desdoblado para culminar con la gravedad dramática de los violines armenios, y se siente la libertad y lujuria del sonido, la potencia lírica de Khachaturian en todos los dedos de la Orquesta.

2 comentarios:

overcast dijo...

sentir el mar invisible de un silencio acompasado. todo desde una butaca universal enclavada en un salón añoso de Villa de Seris.

Anónimo dijo...

No te detuviste ni ante ti misma?
Lo hermoso no perdona, quien depués de una explosión, se arrastra y su respirar tiene que seguir siendo profundo, quien se ordena a si en aniquiladora belleza como tragandose el crepúsculo parece equilibrarse en la nochi mientras se expande, como las estrellas...

Si la cantidad de vida y lo necesario para morirse naciendo, inundandose de tal perfección, pudiera derramarse y la barbarie fuese capaz de absorverle, no habría más guerra. La estética serìa la única exteriorización de tanto valor y dolor unidos, de tan poca clemencia ante sí en carencia de algo amable y con tanto cariño.

v

Hermosillo, Sonora, Mexico

algunos lugares