Mi casa se llama epitelus. Por la vereda del cerro mi casa se hace polvo tiernamiente. Mi casa se llama por fin. Es amarilla, del amarillo más feo que existe, tiene paredes de piedra y una chimenea que cambiaría por un miniesplit. Tiene taller y un patio que atardece bajo la luz que se cuela por la bugambilia, ahí habitan insectos que a menudo dan mordidas a los porros que dejan mis amigos bajo las piedras. Mi casa es una mecedora, un libro, una sonrisa. Desde afuera cae la noche y se ve como nace la luna entre las dos antenas que titilan sobre el cerro. Desde ahí baja la violencia, las piernas, la alegría. Y todo la noche la policia y las barredoras, hasta abrir los ojos, la caricia, y de nuevo el sol que ablanda las cosas, los dibujos que vendrán.