9.26.2010

Bansky

Un fotograma de 'Exit Through the Gift Shop' de Banksy.- tomado de  elpaís
o algo acerca de como domar una pared...

9.22.2010

El hombre detenido

"Este mundo, tal como lo vemos, está sucediendo"
Pablo Tarso




Bruce Conner





En realidad no creo haber nacido para hacer algo, dice Luis, mientras teclea rápidamente un informe en la computadora y voltea con sus ojos lentos, lentísimos, a ver a su compañera. Ana, la secre del escritorio contiguo, lo mira fijo, sonríe agradeciendo el lapso de distracción, y aleja despacio sus dedos del teclado, ¿de veras crees eso?, le pregunta. Luis sorbe un poco de café y se truena los dedos de los pies doblados dentro del charol de esos zapatos negros que tanto le gustan.

Ana conoció a Luis en el restaurante de enseguida, él era un magnífico cocinero, sólo que el restaurante cerró y entonces Ana le comentó de una vacante de secretaria, Luis, un poco incomodo por el género del oficio, aplicó, y no le sorprendió que le dieran el trabajo. Él siempre obtenía el trabajo.

Cuando estaba en el restaurante, dice Luis, cada vez que ponía a cocinar un trozo de carne, me quedaba fijamente mirándola, esperando a que estuviera en su punto exacto, hasta que comenzaba a abrirse un pasillo entre yo y el hombre que sostenía la sartén. Era como un túnel blanco, continúa sin parpadear, la carne se convertía en una incógnita y el tiempo, el aceite y el calor en factores planos, hasta que volvía en mí y continuaba la labor, por fortuna la carne casi siempre llegó a tiempo a los platos de aquellos comensales y pude durar largo rato en el trabajo.

Ahora de secretaria toco teclas sin parar y vuelve a abrirse ese pasillo blanco entre yo y el de los dedos sobre el teclado. Lo mismo me pasó cuando fui ayudante de sastre y conductor de un taxi. Cualquier labor me embota hasta el punto en que es inevitable dejar mi cuerpo con calma, caminar por ese túnel blanco y andar hasta una playa. La labor sigue sola, mecánica, sin mí, y sólo puedo volver al cuerpo después de fijamente mirar ese mar.

Trabajo desde los dieciocho y toda la vida ha sido así, no importa lo que haga, llega un momento en que me voy y estoy en esa playa de arena blanca que conocí cuando tenía diez. Mis padres me llevaron. Ahí toqué la arena por primera vez y el mar me devoró el cuerpo.

Probablemente, Luis, lo que necesitas es ir a esa playa de nuevo, para que acabes con el estigma, no es posible, dice Ana (a la vez que mastica con destreza un chicle) que todo el tiempo fantasees con ir y no hagas nada.

Es que esto es más que fantasía. Ana no entendía que esto es más que fantasía. Es un momento que vuelve y se hospeda en mi cuerpo, siempre ese exacto mar, siempre sintiéndome apunto de un placer que atropella cualquier labor, cualquier presente.

Pasaron meses y Ana regaló en su cumpleaños a Luis un boleto de avión con destino a la playa de arena blanca, Luis fue a pasar sus vacaciones de verano ahí. Llegó a la playa con la camisa del trabajo puesta, esa que dice Fernández en la bolsa derecha y en los pies los zapatos negros que tanto le gustaban. Caminó un poco por la arena. No se atrevió a tocar el agua, se quedó sentado, contemplando las terribles olas que levantaban los cuerpecitos de intrépidos surfistas. Cenó crustáceos con vino tinto y se fue a hospedar a un hotel. Durmió la mejor noche de su vida. No cabía de placer, nunca creyó haber disfrutado tanto.

Al otro día despertó como si nunca hubiera cerrado los ojos. No conocía esa sensación. Después se dio cuenta de que no podía mover las manos, ni tronarse los dedos de los pies, como acostumbraba hacer a cada rato, volteó para todos lados, o por los menos eso creyó que hacía mientras se apoderaba de él la idea de que era un hueco volteando a ver todo lo hueco. Se familiarizó con un extraño olor a nada. Una luz opaca se encargaba de comérselo todo, Luis podría jurar que le comía hasta dentro del ojo.

Entumido, no escuchó más la violencia de las olas. Tardó sólo unos minutos en comprender que su cuerpo entero le había preparado una emboscada. Pudo sentir como frente a él se abría largo aquel pasillo blanco que tantas veces alucinó.

Alcanzó a escuchar la fuga de sus propias pisadas, reconoció el taconeo de esos zapatos de charol que tanto le gustaban, y entre más inaudibles eran los pasos más ruidoso se volvía su propio jamás.

v

Hermosillo, Sonora, Mexico

algunos lugares