Lux Boreal + Phillip Adams
LAMB
colaboracíón para Danzine en Un desierto para la Danza
foto de Laura Natalia Vargas |
Decía Freud que el origen del comportamiento de masas tenía
que ver con la imitación de las jaurías de animales que el hombre arcaico
cazaba, aquí uno se imagina un hombre violento
imitando llenas, lobos, bisontes, pero, ¿en qué momento el hombre
comenzaría a emular a los borregos?
Con esta pregunta en la mente subo a las gradas, sin
preguntar nada, dirigida por personas que desconozco, así precisamente, soy
parte de la masa expectante, amotinada en el espacio escenográfico, esperando a
que comience LAMB, coreografía
presentada por La compañía Lux Boreal ,
bajo la dirección de Phillip Adams.
Phillip Adams explora las posibilidades de la danza
contemporánea tocando los lindes de otras disciplinas escénicas, para ejecutar esta dura crítica a la historia
de las religiones, otorgando además a la audiencia la experiencia lúdica de
habitar por unos momentos el escenario.
En el centro del escenario hay un voluminoso cuerpo desmayado.
Cuerpo que se impondrá a los largo de la coreografía, como monumento de poder,
contando por medio de sus acciones sobre los fieles la historia del éxodo, del sometimiento, de la
culpa, de la fe.
Un personaje en ropa interior y con los hombros envueltos en
algo que pareciera lana, comienza a saltar y gritar. En la esquina contraria
comienza a saltar y gritar otro
personaje vestido igual, y así las resonancias de la imitación son una metáfora
irrisoria de la propagación de la fe. A partir de ahí todos los movimientos de
los bailarines en escena serán en masa, empáticos, se revelarán en un desdoblamiento
del cuerpo deseoso incluso de sufrir, de entregar su carne a la ocurrencia en
turno de su lunático mesías. Al que por cierto adoran y le siguen en el trance
irracional del rito.
Los espectadores, sobre las gradas somos la audiencia del espectáculo
de la religión, que bien pudiera ser el espectáculo de un cruel jeopardi, donde
la fortuna implica el sacrificio, la sangre. Frente a nosotros hay unos
pequeños pianos rojos que suenan repetidas
veces tocados por algunos miembros del público, en un cacofónico y visceral
ejercicio de interacción con la audiencia que de alguna manera, en los momentos
álgidos, nos involucra más con la pieza en escena.
En el centro del escenario hay un lánguido cuerpo desmayado.
Es el desnudo como terror, el desvestimiento del cuerpo para el final de una
travesía. Una travesía del absurdo hacia la muerte. La esperanza que buscaban las ovejas repitiendo el
movimiento y el susurro de un rezo, y mirando más allá del cielo raso del
teatro, se materializó en cadáver, queda la nube de lana, la masa más pura
sobre la duela, pidiendo perdón.
Venecia López
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