3.27.2013

libro vacío

"El artista es un ser distinto, vulnerable, asombrado, trémulo, herido de nacimiento y por vida, difícilmente incorporable a la realidad diaria. Claro que existe el que de esa realidad extrae sus mejores elementos. Pero el notarla tanto como para poder manejarla y convertirla en obra de arte, es la mejor demostración de que no ha podido incorporarse a ella, de que no ha sido devorado por ella. La describe con tal verdad que es como si le arrancara un trozo. Lo que tiene de distinto es lo que sólo el gran artista logra: que esa realidad la conocemos de siempre y, no obstante, la notamos  por primera vez."
fragmento de El libro vacío de Josefina Vicens 

Miro por mi ventana

ciento cincuenta y un cosas.

siguiendo los pasos de José García

"Un hombre puede morirse de sed a la orilla de un cuerpo".
Josefina Vicens
Me levantaré de este sofá hasta haberme llenado de vacío.


3.23.2013

Alicia

Alice Pleasance Liddel  fotografiada por Lewis Carroll
I'll be your mirror.
"dibujar para no matar".

carta abierta a un circuito cerrado

Quien trabaja con la invención y la creatividad elude los caminos concretos y  busca los caminos orgánicos, caminos en los que esté implícita la aventura hacia lo desconocido. Que cansado sería que a los creadores les correspondiera pasarse la vida determinando lo que es arte y lo que no es arte. Este es un debate interesante quizá como ejercicio para el desarrollo del propio criterio, pero la mayoría de las veces es una discusión (trasnochada, circular, determinista, arbitraria, segmentaria, descalificativa) que poca reelevancia tiene para el que verdaderamente produce obras con trascendencia.
Lo que consumimos o rechazamos poco le importan al mercado o la institución que son los que a fin de cuentas determina (nos guste o no) a que pieza le confiere el título oficial de arte, obedeciendo a criterios que poco tienen que ver con la producción artística o con cuanto hayamos idealizado de esta profesión.
No pasemos tragos amargos porque a una pieza que nos desagrada le otorguen este título, mejor sería investigar la pieza, preguntarnos por qué se considera arte, por qué no nos gusta. No bloqueemos esa vía de conocimiento. Permitámonos la reelectura.
Produzcamos desde una postura honesta, que en este pueblito una producción congruente y consistente es lo que falta. Volteemos al entorno, volteemos hacía nosotros mismos. Hagamos lo que realmente nos interesa, investiguemos, divirtámonos, emprendamos la búsqueda y liberémonos de prejuicios de una vez por todas.

Ed Fairburn. Tinta sobre un viejo mapa de Cambridge.

3.20.2013

En lo que creo

Creo en el poder de la imaginación para rediseñar el mundo, para liberar la verdad que vive dentro nuestro, para contener la noche, para trascender a la muerte, para encantar a las autopistas, para congraciar a los pájaros, para ganarnos la confianza de los locos.

Creo en mis propias obsesiones, en la belleza del choque de autos, en la paz del bosque sumergido, en la excitación de un balneario desierto, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos para coches de varios pisos, en la poesía de los hoteles abandonados.

Creo en las pasarelas olvidadas de Wake Island, que apuntan al Pacífico de nuestras imaginaciones.

Creo en la misteriosa belleza de Margaret Thatcher, en el arco de sus fosas nasales y el brillo de su labio inferior; en la melancolía de los conscriptos argentinos heridos, en las sonrisas hechizadas del personal de las estaciones de servicio; en mi sueño sobre Margaret Thatcher siendo acariciada por ese joven soldado argentino en un motel olvidado, observados por un empleado de estación de servicio tuberculoso.

Creo en la belleza de todas las mujeres, en la perfidia de sus imaginaciones, tan cercana a mi corazón; en la unión de sus cuerpos desencantados con las encantadas cintas de las cajas de supermercado; en su cálida tolerancia a mis perversiones. Creo en la muerte del mañana, en un tiempo exhausto, en nuestra búsqueda de un nuevo tiempo en las sonrisas de las azafatas y los ojos cansados de controladores aéreos en aeropuertos fuera de temporada.

Creo en los órganos genitales de los grandes hombres y las grandes mujeres, en las posturas corporales de Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Lady Di, en los dulces hedores que emanan de sus labios cuando se ponen frente a las cámaras de todo el mundo.

Creo en la locura, en la verdad de lo inexplicable, en el sentido común de las piedras, en la locura de las flores, en la enfermedad guardada para la humanidad por los astronautas del Apollo.

Creo en nada.

Creo en Max Ernst, Delvaux, Dalí, Tiziano, Goya, Leonardo, Vermeer, De Chirico, Magritte, Redon, Durero, Tanguy, Cheval, las Watts Towers, Boecklin, Francis Bacon, y todos los artistas invisibles que están en instituciones psiquiátricas del planeta.

Creo en la imposibilidad de la existencia, en el humor de las montañas, en el absurdo del electromagnetismo, en la farsa de la geometría, en la crueldad de la aritmética, en las intenciones asesinas de la lógica.

Creo en las mujeres adolescentes, en su corrupción por la propia postura de sus piernas, en la pureza de sus cuerpos desordenados, en los rastros de sus genitales dejados en baños de moteles gastados.

Creo en el vuelo, en la belleza del ala, y en la belleza de todo lo que alguna vez ha volado, en la piedra arrojada por el niño pequeño que lleva consigo la sabiduría de hombres de estado y parteras.

Creo en la amabilidad del escalpelo del cirujano, en la geometría sin límites de la pantalla de cine, en el universo oculto dentro de los supermercados, en la soledad del sol, en la cháchara de los planetas, en lo repetitivo de nosotros mismos, en la inexistencia del universo y el aburrimiento del átomo.

Creo en la luz que las grabadoras de video proyectan en las vidrieras de los negocios, en los conocimientos mesiánicos de los radiadores de los coches de showroom, en la elegancia de las manchas de aceite en los hangares de los 747 estacionados en aeropuertos.

Creo en la no existencia del pasado, en la muerte del futuro, en las infinitas posibilidades del presente.

Creo en la degeneración de los sentidos: en Rimbaud, William Burroughs, Huysmans, Genet, Celine, Swift, Defoe, Carroll, Coleridge, Kafka.

Creo en los diseñadores de las pirámides, del Empire State Building, del Fuehrerbunker de Berlín, en las pasarelas de Wake Island.

Creo en los olores corporales de Lady Di.

Creo en los próximos cinco minutos.

Creo en la historia de mis pies.

Creo en las migrañas, el aburrimiento de las tardes, el miedo a los calendarios, la traición de los relojes.

Creo en la ansiedad, la psicosis y la desesperación.

Creo en las perversiones, en el enamoramiento con los árboles, en las princesas, los primeros ministros, las estaciones de servicio abandonadas (más hermosas que el Taj Majal), las nubes y los pájaros.

Creo en la muerte de las emociones y el triunfo de la imaginación.

Creo en Tokio, Benidorm, La Grande Motte, Wake Island, Eniwetok, Dealey Plaza.

Creo en el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la fiebre y la fatiga. Creo en el dolor. Creo en los chicos.

Creo en los mapas, los diagramas, los códigos, los juegos de ajedrez, los acertijos, la tabla de horarios de las aerolíneas, los indicadores de los aeropuertos. Creo en todas las excusas.

Creo en todas las razones.

Creo en todas las alucinaciones.

Creo en todas las furias.

Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones.

Creo en el misterio y la melancolía de una mano, en la amabilidad de los árboles, en la sabiduría de la luz.


 J. G. Ballard



3.14.2013

arena.

como agua



El alacrán se movía en el charco como pez recién salido del agua.

Mis cuencas eran cavernas donde grano a grano,

se levantaba para flotar

el anciano polvo de los sueños,

como una sombra enorme que atraviesa en un esperma

lo redondo del cielo,

la respuesta fue antes que la pregunta

y el gemido un eco encarnado en mi gesto y su fuga,

al tiempo que una transpiración de amante ya dormido,

me dormía,

y sólo un parpadeo era capaz de retener el perfume

de la piel de esa imagen, que llamé vida,

doliéndome en una herida cada vez más caliente.

Mudo, era yo la respuesta para cuál pregunta,

una puerta asombrada, abierta a todo el espacio

que pueda existir

y la memoria como el vuelo de un pájaro hacia el olvido,

recorriendo los pasillos veloces de luz y oscuridad,

hasta llegar a saber, ya sin memoria,

de dónde vienen esas voces, esos silbidos de tan todos los tiempos,

y cada vez parece que vienen de un sitio presentido,

que no será ni adentro ni afuera,

sino el lugar donde todas las posibilidades se realizan,

cada vez más crees que esto es la muerte

y por dentro el alma es una nube que truena y suelta toda su agua,

mientras que por fuera el pensamiento se convierte en esa agua que no regresa,

y débil absurda la pregunta… “qué cosa es un alacrán, qué cosa es un alacrán”.


Ricardo Castillo

v

Hermosillo, Sonora, Mexico

algunos lugares

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