12.18.2007

No sé, quizá deba aceptar mi saliva como una lágrima del silencio, sobre todo ahora, que el agua suena bajando de los pisos de arriba, haciendo talvez un edificio de agua encima del edificio en que habito.

Se puede ser extranjero de la cultura, pero de la violencia jamás, esa la sientes, es de todos, la rabia de los chicos contra los inmigrantes de Alarcón, el tipo pateando el auricular de la cabina de al lado mientras yo hablaba a casa (ese país cálido con una cama y voz de madre). La violencia está en la mirada, en la desconfianza, en mirar los ojos para protegerse, no para entrar, no para conocer. Mirar con un temblor de lejanía.

Pero bueno, pensaré mejor en la diversidad, el color, la arquitectura, la cultura, el arte, el paisaje, la gente amable. Pensaré en lo que me ha traído acá, en lo que me ha hecho venir.

Crear cosas fuera de mí que vengan de la profundidad. Caminar a solas, andar en tren, escuchar los latidos de mi corazón aunque este se halla quedado en una península de mi tierra. Pero está acá ese músculo ingrávido, flotante, como un riñón de amor.

Notar al amor con la claridad que le da la distancia. Mirar. Sentir la personalidad de las ciudades, notar el agua, la caída del agua, saber de los tamaños del hombre frente a los autos, frente a los edificios, como uno es pequeño frente a las tiendas Ferragamo, como uno es grande frente al vidrio nublado de la cabina telefónica.

Saber de la locura, ver las cosas donde están, ver el fantasma de las cosas, no hablar, notar que no dejamos de hablar, nunca.
Mirar al hombre y la mujer de mi ciudad, de mi pequeño rincón, de mi casa, mirar al hombre y la mujer del mundo,
saber que no quiero morir,
notar como cada calle tiene una atmósfera propia, es un orden, los papeles vuelan llenos de silencio, la gente es un murmullo del tiempo, del reloj, de la contaminación.
Cada calle tiene su propia muerte y su propia esperanza.
Uno es la ciudad.
Yo soy la ciudad que habito. Si me veo un cuchillo esta tarde me atracan. Si me veo el amor esta tarde la ciudad me hace feliz. Afuera paranoias.

Notar. Ahora estas grafías las uso de anteojos.

Barcelona, 27 de enero del 2007.

12.06.2007

días sobre cartón



El martes pasado fue la exposición final del taller de retrato que impartí en el Cereso 2, próximamente subiré fotos de las obras de mis alumnos para compartirlas con ustedes, por lo pronto va este texto que escribí para ellos. Un abrazo.

Y es que el cuerpo está en el deseo de una manera más real que en sí mismo, dice el poeta José Carlos Becerra, y lo he comprobado al acudir cada mañana al taller de dibujo en el Cereso 2, donde el tema de estudio ha sido el retrato. En el taller durante cada ejercicio vivimos un deseo en el papel y en nosotros mismos. La libertad nos ha crecido dentro como la hierba y nosotros surfeamos con el lápiz en ella.

Conocernos nos hace más libres, porque así somos capaces de distinguir lo que queremos en nuestra existencia de lo que no, y podemos desechar todas aquellas cosas que nos enturbian el día, y podemos también acercarnos a aquello que sabemos nos hará bien. En el taller, precisamente para conocerse, los alumnos han realizado un autorretrato en el que han mirado su propio rostro durante horas, escribiendo un diario personal a líneas, haciendo el mapa de sus andanzas en sus líneas de expresión, reconstruyendo, con el ritmo de su propia sangre en el cartón, su cuerpo.

También al dibujar al otro se aprende, porque en los demás se encuentra la vida, y entre más seamos capaces de comprender al otro más entendemos de la existencia, más de nosotros mismos y de la diversidad, de la autenticidad de cada ser, y con esto nos volvemos más humanos, que creo es la aspiración del que dibuja, del que escribe, del que trabaja con la sensibilidad.

En este taller el retrato ha sido para el análisis del cuerpo como una manera de echarnos un clavado en nuestra propia humanidad, el retrato para mirarnos también la piel por dentro, y entrar en la piel del otro, del ser que dibujamos, nuestro vecino o compañero y entenderlo, abrazarlo con el trazo.

Abrazarlo con esa línea sinónimo de nuestras venas, de nuestra manera de entender el mundo, de nuestro fluir por la vida, abrazar esta vida de la forma más natural que conocemos, siendo niños, así, como lo hicimos aquí en el taller, deshaciéndonos como un carbón sobre el papel, aprendiendo a mirar en el goce de un instante y dibujarlo y por supuesto, reír, que eso fue lo mejor del taller, la posibilidad de la risa, porque cuando se dibuja se está lejos, allá muy dentro de uno mismo, en un rincón donde nadie puede hallarnos, allá en el aire, ahí en la vida, y en ese instante somos nada y somos a la vez pura inmensidad, ahí dibujando somos la libertad más silvestre, la vida contemplándose a si misma.

11.25.2007

Yo no soy hijo de nadie. No reconosco la paternidad ni la maternidad de ninguno ni de ninguna. Yo soy hijo de mí mismo, de mi espíritu, pero como el espíritu es una elucubración de filósofos confundidores, entonces haga de cuenta usted un ventarrón, un ventarrón del campo que va por el terregal sin ton ni son ni rumbo levantando tierra y polvo y ahuyentando pollos.

(fernando vallejo)

Memoria. Retrato íntimo de Diego Rivera (1886-1957)



Por Marcela del Río
(tomado de Laberinto)

24-Noviembre-07

Para hacer el autorretrato, el pintor tiene una ventaja sobre el escritor: tiene el espejo. Quizá por eso es raro que un pintor se pinte de niño, porque el espejo no le devuelve esa imagen, en cambio el escritor que escribe de sí mismo comienza frecuentemente con la infancia, porque el asidero es el recuerdo, no la imagen frente al espejo. Pocos son los pintores que se pintan como niños, uno de ellos fue Diego Rivera. Dicen que cada quien habla de la feria como le va en ella. El Diego Rivera que conocí no sé si fue igual al que otros conocieron, pero en los cuatro años, los últimos de su vida, en que fui una más de sus asistentes, en un trabajo que era como una beca, mi visión del maestro pasó por las distintas fases de la luna, hasta llegar a la conclusión de que era un niño grande, genial como los niños prodigio, capaz de sorprender por su genio, lo mismo que por sus travesuras.

Yo tenía veintidós años cuando lo conocí, y Diego acababa de llorar la muerte de Frida. Mi encuentro fortuito con él ocurrió en la recepción que hizo la Embajada de la Unión Soviética el 7 de noviembre de 1954, para conmemorar la Revolución de Octubre. Yo he debido recomenzar varias veces mi vida profesional debido al nomadismo al que me ha conducido mi vida particular, o tal vez heredado de mis ancestros. El año anterior había terminado mis estudios teatrales en el INBA y en la academia de Seki Sano, y tuve la oportunidad de irme a Guatemala para fundar un grupo teatral al que bauticé con el nombre de Quetzaguil, subvencionada por el gobierno de guatemalteco para llevar teatro al pueblo en plazas y atrios de todo el país. Pero a poco más de un año de realizar esa labor, la invasión de Carlos Castillo Armas y la caída del presidente Jacobo Árbenz nos obligaron a mi hermano y a mí, a salir huyendo de Guatemala y a volver a México. Al no poder reubicarme dentro de mi carrera dramática había tenido que aceptar el puesto que me ofreció una agencia de colocaciones como facturista bilingüe en una compañía estadunidense. Tenía un poco más de tres meses de haber regresado de Guatemala cuando el director de la revista Continente me dijo que fuera en su nombre a la recepción de la embajada rusa, ya que él no podía asistir. Estaba yo disfrutando de un delicioso caviar cuando vi, sentado en un silloncito, a Diego Rivera, solo, comiendo lo que parecía un delicioso salmón rosado. Con el temor que una joven puede sentir frente a una personalidad tan impresionante como la que tenía Rivera, me acerqué y me atreví a abordarlo. Mi pretexto fue que había escrito un ensayo sobre el realismo socialista en la pintura y el teatro, y que como él era el mejor exponente en México de ese movimiento estilístico, me interesaba mucho su opinión sobre mi ensayo.

Dejó de comer ipso facto y me miró como quien viera hablar a un gato. Sonrió, y con una cortesía que rayaba en la exageración, me respondió que lo haría con todo gusto y que se lo llevara el martes en la mañana al lugar donde estaba pintando un mural, precisamente, sobre teatro. Por supuesto, se refería al que próximamente terminarán de restaurar, el de la fachada del Teatro de los Insurgentes. Cuando, después de conseguir el permiso para salir de la oficina, llegué al lugar indicado por Diego, lo vi encaramado en el andamio. Subí por éste, a pesar de mis zapatos de tacón y mi vestido de vuelo circular. El maestro estaba pintando a Cantinflas. Sin dejar de trabajar me dijo que le entregara mi escrito a su chofer y que lo buscara el jueves a las cinco en su estudio en la calle de Altavista. Volví a pedir permiso en la oficina para ausentarme y llegué a la hora indicada. Me recibió con la misma amabilidad, sin embargo comenzó a interrogarme como un verdadero “abogado del diablo”: ¿Qué entendía yo por “humanismo”? ¿Qué características diferenciales había entre el realismo y realismo-socialista? ¿Qué argumentación podía esgrimirse para rebatir una determinada ideología? ¿Qué opinaba de la lucha de clases? En fin, tuve que buscar justificación para cada una de las aseveraciones que hacía en mi ensayo. Pero cuando me sentí aterrorizada fue al término de su interrogatorio sobre mi texto, me miró a los ojos, escrutando como si quisiera leer en mi cerebro. Creí que ya sólo le restaría decirme “adiós”, pero no fue así. Se iniciaba apenas el segundo suplicio: “Y tú ¿quién eres?”, lo escuché desde el fondo abisal de mi terror. Con voz apenas audible respondí:

—Soy Marcela del Río.

—No, si no te pregunté tu nombre, sino ¿quién eres? o ¿qué quieres ser?

Entendí al fin y respondí más turbada aún que en el otro examen.

—Amo el arte: el teatro, la poesía, la pintura, la ciencia… Mi madre me enseñó a pintar al óleo, cuando era niña, pero… Quiero ser actriz, y escritora y pintora y, ¿por qué no?, física…

—¿Qué estudios has hecho?

—Nunca he tenido la oportunidad de seguir estudiando pintura, pero hice toda la carrera de teatro, la comencé en la Academia Cinematográfica de México y la terminé en el INBA y con Seki Sano… Fundé un grupo teatral en Guatemala, donde permanecí un año haciendo teatro para el pueblo, pero tuve que volver por la invasión…

Evidentemente esa respuesta inclinó la balanza en mi favor; no lo entendí hasta mucho tiempo después.

—¿De qué vives?

—No he podido volver a vincularme con los productores de teatro, de modo que conseguí un trabajo de oficina como facturista en inglés en una compañía estadunidense, pero trabajo de ocho de la mañana a seis y media de la tarde y a esa hora ya no tengo energía para buscar otra cosa…

—¿Cuánto te pagan?

—Cuatrocientos pesos al mes.

—Mmm... Te están explotando.

Le expliqué que antes de conseguir ese empleo había comprado un puesto de tortas en la calle de Bolívar, empeñando el piano Pleyel que heredé de mi madre y que estaba por perderlo porque no me alcanzaba para liquidar el último pago. Se quedó pensativo por un momento.

—Tengo varios asistentes —dijo al fin—. Qué te parecería trabajar para mí. Tu horario sería de once a dos de la tarde. Te pagaré cien pesos por semana.

—Sería maravilloso, maestro…

—No te costará la comida, comerás con mis otros asistentes y conmigo; eso sí, le pones sal, porque todo lo guisan sin sal para mí. Así tendrás más tiempo para vincularte de nuevo con el medio teatral, y sirve que aprendes a pintar…

El domingo siguiente me envió con su chofer un sobre con dinero para liquidar el último pago de mi piano. Pronto me encontré sentada a la mesa de su estudio, comiendo a su lado y al de Rina Lazo, Arturo Estrada y otros de sus asistentes, además, claro, de su excelente secretaria Teresa Proenza.

De ahí en adelante Diego fue no sólo mi maestro, fue mi mecenas y un amigo incomparable. Cuando yo me enfermaba, iba a verme a mi departamento con unas flores, cuando debutaba en alguna obra teatral me invitaba a un restaurante para celebrar —le gustaba la Fonda del Refugio, en la Zona Rosa—. Siempre fue respetuoso y generoso. Fue él quien le habló de mí al Indio Fernández, cuando buscaba una persona que le hiciera la adaptación al cine de la novela Los de abajo, adaptación en la que estuve trabajando con el Indio por unos tres meses.

Y no era generoso sólo conmigo, sino con toda la gente que iba a buscarlo por ayuda. Los indígenas llegaban a ofrecerle las figuras prehispánicas que habían encontrado en alguna zona arqueológica y él se las compraba pagando siempre con generosidad. Tengo tres o cuatro de ellas, que me regaló. Otra de sus facetas era la de sus mentiras, que han llegado a ser famosas, como la del canibalismo. Y las decía no sólo con desparpajo, sino involucrando en ocasiones a las mismas personas que lo escuchaban decirlas y que no se atrevían a desmentirlo frente a los demás. También tenía la faceta de las ironías verbales cuando consideraba que se hallaba frente a un enemigo ideológico.

Nunca habló conmigo de política, sin embargo un día me comentó que el Comité por la Paz le había pedido ayuda para la recolección de firmas en favor de la Paz, y que si yo podría recoger algunas. Le dije que sí. Fue cuando me regaló una tarjeta con una Paloma de la Paz, que dibujó de un solo trazo. La conservo como uno de mis mayores tesoros.

Cuando pintó el mural sobre la invasión de Guatemala por Castillo Armas, recordó que yo había salido de Guatemala huyendo de la invasión y me dedicó la fotografía del mural.

Desfilaban por su estudio todos los personajes inimaginables. Allí conocí a Lola Olmedo, a quien le hizo varios retratos que hoy se conservan en su casa museo de La Noria, en Xochimilco; a Pita Amor, cuyo retrato, por haberse dejado pintar desnuda, causó tanto alboroto en su momento; a Machila Armida, a quien después volví a encontrar en las reuniones de Fernando Benítez con Ernesto de la Peña, Miguel Guardia y Rosaura Revueltas, entre otros. Durante esos últimos años de su vida lo vi pintar algunos de los retratos, el de la bailarina Ana Mérida entre ellos y los de mujeres de sociedad como el de la joven Misraki. También pasaban por el estudio de Altavista periodistas y críticos de arte como Raquel Tibol y tantas otras personas que venían del extranjero a conocer al maestro Rivera. Él conversaba mientras seguía pintando, rodeado de sus “judas”. Otra cosa que recuerdo es la frecuencia con que en su pequeña libreta de apuntes se autorrepresentaba con el dibujo de un sapito ilustrando un recado que le enviaba a la Doña, de quien parecía estar enamorado. Lo que nunca me expliqué fue su casamiento con Emma Hurtado, en julio de 1955, y no con Lola Olmedo, que era la más asidua de sus admiradoras, la que compraba sus pinturas y siguió comprándolas no sólo hasta el final de la vida de Diego, sino póstumamente a coleccionistas y en las subastas de Sotheby’s.

He dicho que Diego llegó a parecerme como un niño grande, porque reaccionaba frente a la gente que lo rodeaba según la primera impresión que tenía de las personas. Su conducta era una respuesta instantánea que surgía con la espontaneidad que tienen los niños, sin pensar en consecuencias.

Un día me dijo que quería pintarme con un traje de yalalteca. Me indicó adónde tenía que ir a recogerlo y que ya estaba pagado. Lo recogí, tal como me indicó, pero lamentablemente ya no tuvo tiempo para pintarlo: al diagnosticársele cáncer se fue a la Unión Soviética a tratar de curarse con el doctor Funkin y la bomba de cobalto. Desde allá nos siguió enviando “la raya”, como él le llamaba al salario que nos pagaba, a su secretaria, a sus asistentes y a su chofer y ayudante, y siguió haciéndolo hasta el último día de su vida. Al volver de la Unión Soviética se fue un tiempo a la casa de Lola Olmedo en Acapulco. Le preocupaba que se terminara la construcción del Anahuacalli, donde celebró y le celebramos su 70 aniversario, el 8 de diciembre de 1956; casi un año después, el 24 de noviembre, lo despedíamos en la Rotonda de los Hombres Ilustres.

Yo, como todos los que lo quisimos y admiramos, sigo recordándolo con el mismo respeto y cariño, a cincuenta años de haberse ido de nuestro ajetreado mundo.

11.19.2007

niñas que flotan








(fotos de ivan ballesteros)

repetir el mar desde tus manos
largar el cuerpo bajo el agua
con el azul entrando
como una piara de peces
por los ojos
repetir algo así como una sonrisa
halada por las olas
(tu boca se ondulaba como las sábanas tendidas
en los balcones
en los patios)
y en mis muñecas las puntas de tus dedos encajadas
como la confesión de tu urgencia
por traspasar el agua
por ir como las poetas
profundo
a encotrar otra versión del día
abajo
donde la acatisia no es temblor
ni nada
donde la luz hace una danza
y no hay suelo ni oídos ni invitados.

10.25.2007

arpillera para autorretrato

Al poner la tela en el bastidor me voy quedando sin ropa. Voy dejando la cabeza en el aire. Al recorrer el entramado del hilo con los dedos toco el cabello de mis viejas muñecas. Toco las amarras que mantienen mi cuerpo unido a la conciencia.

La ausencia de color me regala su ceguera y entonces quisiera no pintar.

Estiro la tela y mi abuela me narra sus sueños. Su voz es la de un cielo envejecido. Voy clavando la tela y el pensamiento se vuelve un ave que me revela en su cuerpo todas las imágenes. Me gusta ver como se va mientras lo cubro todo con el blanco de la creta y espero que vuelva quizá, como una mancha turbia, vulnerada por las cosas que suceden en la vida. Espero su arrojo en el lienzo. Como una costra de color.

10.21.2007

diego, mabel,

Marianne

Después de leer tantas cosas eruditas
estoy cansada, hija, por no tener los pies más fuertes
y más duro el riñón
para andar los caminos que me faltan.
Perdona este reniego pasajero
al no encontrar mi ubicación precisa
y pasarme el insomnio acodada en la ventana
cuando la lluvia cae,
pensando en la rabia que muerde
la relación del hombre con el hombre;
ahondando el túnel cada vez más estrecho
de esta soledad —en sí , un poco la muerte anticipada.
Qué bueno que naciste con la cabeza en su sitio
que no se te achica la palabra en el miedo,
que me has visto morir en mí misma cada instante
buscando a Dios, al hombre, al milagro.
Tú sabes que nacimos desnudos, en total desamparo,
y no te importa
ni te sorprende el nudo de sombra que descubres.
Todo se muere a tiempo y se llora a retazos,
has dicho.
Sin embargo,
es azul el cristal de tu mirada
y te amanece fresca el agua del corazón,
quitas fácil el hollín que pone el hombre sobre las cosas
y entiendes en tu propio dolor al mundo.
Porque ya sabes
que sobre todos los ojos de la tierra
algún día, sin remedio, llueve.

(enriqueta ochoa)

10.12.2007

la poesía es un rincón luminoso donde nadie puede hallarnos

Argentina, 7 de octubre del 2007

Cuatro son las puertas que, custodiadas por sus respectivos guardias, hay que franquear para ingresar a uno de los patios centrales de la Unidad de Detención Nº 3 de Rosario. Y si bien los guardiacárceles parecen estar habituados a la circulación del lugar, la mañana del jueves seguramente les habrá resultado más agitada de lo habitual, a partir de la llegada del contingente de poetas que se acercó para intercambiar palabras (escritas y orales) con los internos que participan del taller Historial de Soledades, proyecto que desde mayo de 2001 coordina Susana Valenti y que les permite descubrir en la poesía un "rincón luminoso donde nadie puede hallarnos".

Escrita prolijamente en el pizarrón ubicado al fondo de una amplia sala adecuada para la ocasión (según el evidente testimonio de sus amplias paredes de un blanco renovado, y de su única ventana elevándose con sus vidrios antes inexistentes), la frase se ofrecía como bienvenida a ese grupo de vates que, a partir de su participación en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, decidieron formar parte de un encuentro con esos hombres que, privados de la libertad, descubren en las letras un medio desde el cual convertir los sueños en versos, en una vía para exorcizar sus soledades, su pasado y presente.

Lejos de transformarse en una exhibición de especies extrañas -el recluso por un lado, los poetas y su diversidad cultural por el otro-, la reunión se vio atravesada por un carácter general de camaradería y respeto en el que todas las voces tuvieron su lugar. Porque luego de un recibimiento de los internos que conmovió con su aplauso sincero (y que se correspondió, a su vez, con el de los invitados), Valenti ofreció una breve introducción que dio paso a la lectura de poemas.

"No siempre estos lugares concitan el interés de los poetas, hay gente reticente, temerosa, pero lo interesante es venir acá a darse cuenta de lo que es esta población, que es muy rica. Como poeta, en este momento de mi vida me ha marcado para siempre. Disfruto de este espacio, que no es fácil, pero es un espacio de resistencia y de libertad", apuntó la coordinadora, responsable de haber impulsado la edición de tres antologías que contienen las obras de los internos que participan del taller: Entre la oscuridad y la valentía, Condición circular -"A esta cárcel le dicen La Redonda. Y siempre decimos que el interno tiene un camino circular, va al gimnasio, a los talleres y después vuelve a su celda, es muy reducido su camino", explicó Valenti- y A centímetros del día -"Porque esta cárcel está prácticamente en el centro, a centímetros del día, la calle, donde pasa la multitud, pasan los otros", detalló-.

Fue entonces el momento de las palabras escritas, que se corporizaron en ese conjunto de voces heterogéneas, que se hicieron palpables en los acentos, las tonadas, en la timidez de los internos que, aunque conscientes del valor de los invitados, no se privaron de la posibilidad de exponer sus propias creaciones. El primer turno, sin embargo, fue para los invitados, y así pasaron el tucumano Javier Foguet con su poema del arúspice, el bonaerense Eduardo Mileo con el "San Cayetano" incluido en su libro Poemas del Sin Trabajo, la venezolana María Antonieta Flores, el sanjuanino José Campus, las porteñas Nilda Barba, Mora Torres y Teresa Arijón, el uruguayo Jorge Arbeleche y su cálida oda a un añorado guiso de la infancia, Allison Cooke y sus palabras que llegaron desde la Nación Cherokee de Norteamérica, el peruano Renato Sandoval, el español Javier Jover y la cubana Nancy Morejón con sus bellos versos a la hoja de papel, receptora de la inspiración poética.

Pero habría más voces extranjeras en la mañana, como la del ruso Viacheslav Kupriyanov, que luego de una introducción en su propia lengua, leyó la traducción al castellano de un poema dedicado a los pájaros y las jaulas. Por su parte, el colombiano Rómulo Bustos Aguirre rescató la figura del Sensonte (pájaro reconocido por su capacidad de emular cientos de cantos de otras aves) como una vía para hablar del silencio: "A veces, pareciera cansarse de ser tantos pájaros/ y ensaya un misterioso silencio./ Todo su adentro calla, como si se escuchara a sí mismo callando./ Como si descubriera que en su silencio habita otro pájaro, que canta suspendido en su ramal interior./ Es quizás entonces, más sensonte, que el sensonte".

Y si de sonidos silvestres se trata, el guatemalteco Humberto Ak`Abal permitió uno de los momentos más cálidos del encuentro, entonando un poema en su lengua maya k`iche, el "Cantos de pájaros" con el que retrató generosamente una fauna fantástica, siempre mediante sonidos entre vivos y guturales, a través de silbidos y chasquidos. Estampadas en los rostros de todo el grupo, las sonrisas oficiaban como claro reconocimiento a un trabajo sorprendente.

Llegaría entonces el turno de los participantes del taller Historial de Soledades. Silencio, noche, vida e infancia encontraron sus metáforas en las voces de Leonardo, Ariel, Horacio, Néstor y Mauricio, algunos de los representantes de un proyecto que integra y reforma a través de las letras. Proyecto que en la mañana del jueves recibió un espaldarazo de parte de ese grupo de creadores que se determinó a franquear las barreras del desconocimiento para introducirse en ese mundo plagado de límites (geográficos y de los otros). Como Fabián Silva, que a pesar de haber recuperado la libertad decidió volver a encontrarse con sus viejos compañeros de taller y ser partícipe del hecho histórico.

Y ese carácter de inédito no fue pasado por alto por ninguno de los asistentes. "La verdad que es una posibilidad que no te la da nadie, porque nosotros estamos presos, privados de la libertad, porque hemos hecho daño en la calle. Hoy tenemos la posibilidad de escribir y poder compartirlo con gente de otros países es algo muy lindo", reconoció Ariel, mientras que Horacio apuntó: "Es muy importante que poetas del exterior puedan venir a escuchar lo que uno escribe, dentro de este lugar en el cual me encuentro. Por un lado es como aterrador, pero por el otro muy satisfactorio, porque siento como que me expando y que lo que escribo sale hacia afuera, me siento libre".

Figura recurrente, las letras parecen estar instaladas en los talleristas como una vía de escape. "Buscando en el interior de uno encontramos muchas cosas que no podíamos hallar -analizó Javier-. Es ver más allá y decirlo como nos sale de adentro, ver más allá de estos muros, de los guardias, más allá de la muerte, porque en estos lugares está mucho el tema de la muerte. Ahora estando en un encuentro internacional nos muestra que se puede, que tenemos potencial. Que nuestra forma de vivir no era solamente vivir en un lugar marginado, o morir joven".

Entre los poetas invitados, la sensación corría por senderos similares. "Es una experiencia sui generis muy particular -apuntó el guatemalteco Rómulo Bustos-. Realmente debo decir que es la primera vez que vengo a leer a una cárcel. Me habían propuesto otras veces y siempre me he rehusado, porque me parecía que iba a ser una experiencia muy depresiva. Esto ha sido todo lo contrario, ha sido una fiesta. Porque hay un público especial, singular, receptivo y creador en la palabra. Me maravilló en algunos de los textos ese alto sentido de dignidad, de fuerza interior que lo preserva, que le crea una coraza. Realmente, debo decirlo, es una experiencia maravillosa".

"A la poesía la asumo como una búsqueda interior, la búsqueda de ti mismo. Yo, como creo que todos los seres humanos, he plegado un camino que está lleno de confusiones. A veces no sé qué soy realmente, pero cuando quiero saber qué soy, en algún momento que estoy muy confuso, entonces recurro a mi libro de poesía, y ahí me encuentro. Entonces si la poesía es una zona de encuentro con uno mismo, entonces la poesía ante todo es eso, libertad. Porque cuando tú te encuentras a ti mismo es cuando eres realmente libre, mientras tanto no, estás en cárceles de otro tipo. No son las cárceles de hierro, sino las que el mundo te impone. Porque creo que esta época moderna, industrial, es una época de cárceles, de cárceles sutiles, como el dominio de la mass media, la prueba más sutil y peligrosa de las cárceles. Sobre todo porque la gente no sabe que está encarcelada", agregó.

Ya disuelta la ronda que permitió la ordenada sucesión de lecturas, sobre el mediodía el encuentro ingresó quizás en su terreno más rico: el del intercambio anárquico y casual de historias, el de la humilde solicitud de autógrafos para esos invitados que, a su vez, se empapaban de los relatos de sus huéspedes. Orgullosa testigo, Susana Valenti no ocultaba sus emociones: "Estoy más que satisfecha, super emocionada. Yo soy bastante escéptica y digo que uno tiene que partir de la desesperanza y del escepticismo, porque tenés que manejarte con la realidad y a partir de ahí caminar y construir. Esto me demuestra que no todo está perdido".

(Por Edgardo Pérez Castillo, tomado de www.pagina12.com.ar)

10.05.2007

Él era un gigante -a veces un ogro- que me llevaba al parque en el verano. Cuando caminábamos me cogía la mano. De vez en cuando giraba la cara y me mostraba entera su dispareja construcción de dientes. La última vez me compró un algodón rosa, a mí no me gustaba, pero por verlo feliz era capaz de sumergir la cara en el azucar. Mientras mordía el vacío en esa nube miraba mi mano perdida en su puño moreno. Desde entonces me sabe dulce la piel oscura.

Siempre preferí sentarme en una banca a comer cóctel de elote y mirar a mis hermanos volar en los columpios. Dicen que en el sur hay un niño que cura a los locos columpiándolos fuertemente hasta que el terror les devuelve la cordura. Por desgracia el vuelo siempre acaba.

El gigante moreno duerme. Ahora sus ronquidos son la grave medida del tiempo. Tuve la suerte de -alguna vez- tener la estatura de los perros, y mirarlos a los ojos, comprenderlos. A ratos la altura que hoy tiene mi cuerpo me marea. Para reponerme debo parar en una esquina y llenarme de esa bruma que dejan los niños en la risa.

El gigante duerme abrazado de su almohada, varios perros descansan rodeándole el cuerpo, hinchando los pulmones y resoplando a su ritmo. Ahí tumbados parecen un montón de lomas creciendo y fugándose en la cama.

Antes, cuando él dormía, yo me acercaba a comprobar mi cara en su mano. A nadar en esa luz amarilla que despedía la pequeña lámpara de su cuarto. Ahora él prefiere dormir con la luz del faro que entra por la ventana y en vez de mi niñez a su lado tiene a los perros.

Cada noche el gigante se mece mirando un árbol que se mueve afuera con el viento. Su respiración en ese instante es la fuga de un mar en la oscuridad. Marea desapareciendo su cuerpo.

9.24.2007

camino sobre la palabra septiembre
que es un árbol caído en realidad
las hojas aún suenan agitadas por el viento
escucho leve la interferencia de una radio
en la bocina del teléfono
el cantante está disperso en la bruma
de otro lugar que no es mi oído
ahora no hay mejor cuerpo que ese que pasa
por la ventana de la cabina
y se borra para siempre en la suciedad del acrílico
sumergido en nombres, fechas y recados indelebles
para qué llamar
camino sobre el árbol que es septiembre
y mi mundo se recuesta
la ciudad se recuesta
y yo la siento primitiva
latir en los juegos de los niños
quisiera arroparlos y dejarlos pequeños sobre la calle
respirar el sueño de la tormenta
tumbar a ese ciclista por ejemplo
y detener el día que gira en la rueda
de la bicicleta que caerá
a dos metros de su cuerpo

9.19.2007

primer entrega para la felicidad


La lejanía es lo que me permite ver la disolución de la figura en la atmósfera, ahí están las imágenes de la ciudad que me gusta pintar, pero me queda la necesidad de acercarme y encontrarme en el reflejo de otro rostro. Por eso he tomado la cámara de video preguntando en la calle por un instante. Excusa para bucear en el gesto y conocer un poco de la memoria que transita. Aquí estaré subiendo las distintas intervenciones de los viandantes que me han narrado una breve evocación, algunos, hasta un momento de felicidad. Va.

9.08.2007

De aquí para adelante perdió la razón
y entonces sintió pedazos propios
alud tras alud precipitándose vertiginosamente hacia el infinito
pero envueltos en la serenidad que da el saber
que la realidad resultó ser el nivel más adulterado
de la verdad
y vio que la ciudad era una cloaca que nunca estaba
satisfecha
cerró los ojos sintió un pequeño punto en la oscuridad
de su mente
y miró que todo fluía hacia algún lado
no importa cuál se perdía y se perdía y se le fue el nombre
se le fue la memoria como una estopa desgastada
y en ese momento el punto era cada vez más luminoso
cada vez más sol abarcando la ceguez de los ojos
y las tinieblas eran destruídas como telarañas
por esa fuerza por esas llamas que emana el cuerpo
cuando está sin códigos de preguntas y respuestas
sin el triste letrero de zoológico en la sonrisa
sólo el claro devenir de la vida como un maremoto y uno
una astilla en esas potentes aguas

(Ricardo Castillo)

9.02.2007

No dejo de pensar en un pájaro dándose de topes contra los barrotes de una jaula. Pienso en una tumba para mi mano. Me canso. No pinto. Sólo leo y escribo sobre ideas que alguien especuló y otro repitió. Me duelen los ojos. En el piso de enfrente escuchan flamenco en la radio y un niño no para de decir hola a todo el que pasa. Yo cierro los párpados, ahora la música es árabe, el agua embotellada tiembla en la mesa mientras escribo. El pájaro que se daba de topes canta, reposa, se hincha, explota. Mi mano se desanima de morir. Entera soy mis dedos recostados en la cama. El silencio es el único aprendizaje que ahora importa. Tirar todo y salir. Andar despacio la ciudad.

8.22.2007

retrato

La hija de un humilde artesano, un decorador de cerámicas, preparó una última cena con su prometido que partía al alba, quizá para siempre, a la guerra. Deseosa de guardar un recuerdo imperecedero y personal del joven, mandó que siluetaran el perfil de la sombra de su rostro que la luz de una vela proyectaba en un muro y que fijaran su huella en una placa de barro. La joven creó el primer retrato de la historia. La sombra de la sombra de una sombra. la imagen de otro ser, la imagen del otro, otro amado, de un igual, la imagen de la niña de los ojos de la joven, nació cuando en un amanecer melancólico una muchacha puso sus ojos, por última vez, sobre otro ser humano al que quería, cuando lo miró, lo reconoció y lo apreció para siempre.

(Fragmento tomado de El sueño de una sombra. Trías, Llorente, Azara)

la masa silenciosa de Kan-Si


Kan-Si. Retratos Informales, 1999

“Tuve con claridad y de manera intensa una percepción impregnada de muchas frustraciones de que sólo éramos una gran y gruesa masa de personas informes y resignadas, a merced de la cosa pública, anónima ante esta y sin voz, algo así como entes de personalidad conciliadora e indefinida, seres en los que los contornos de los rostros (puerta del alma) se niegan a dejarse transcribir pictóricamente. Seres que aparentemente lo aceptan todo”. (Kan-Si)

8.20.2007

Lotes baldíos


Matías Movillo. Sin título (2004)

La ciudad tiene lugares
donde no sucede nada,
lotes baldíos ocultos

tras una barda. Afuera,
un número de teléfono
se despinta, nadie compra.

Protegidos por el muro,
asiende la lagartija,
se espesa el matorral entre

basura. Si hay otra vida,
que sea así. Atrás de un muro
ser sólo botellas rotas,
lastas rendidas de lluvia.

(Fabio Morábito)

8.12.2007

La música me hace rodar
como animal en sábanas
con aliento de vino
a las dos de la mañana
sobre la mirada marrón
mientras los dormidos cantan como grillos
yo busco un arrullo de nicotina
bocanadas con la forma de tus ojeras
ojeras con el hueco de tu voz
besos.

A dónde mover los ojos
después de taladrar el techo con las pupilas.
A dónde mirar con los ojos que ya no buscan
la ciudad filtrada entre tus cabellos.

El aire cúbico
el aire con forma de edificio me penetra el corazón,
la ciudad es un molde para mi cuerpo,
para este vuelo congelado
hacia ti.

Qué tarde me dará un poco de tu claridad,
de la maraña de humo
de tu voz.

Ahora soy yo la que no deja dormir
la que levanta a la gente en la mañana para charlar,
contar los sueños,
o no hacer nada.

Invento desayunos a cambio de un despertar
entiendo los despertares que buscabas,
recuerdo el sueño invencible en medio de tu voz
amanecida.

Yo hago un café instantáneo
un segundo de amor,
sólo eso,
tú fuiste veinticuatro
y te alejaste con rostro de anciana buena
con misterio,
con los ojos abiertos
y las ganas.
Yo no sé,
a veces me parto por nada
me doy de topes
me hago un nudo.

Soy torpe
y también me entran ganas de escabullirme
de llegar al silencio
de tocar el silencio
pero llevo una vibración ingenua:
unas ganas de arrancar cortinas
y asir con mis manos las cosas más simples.

Te recuerdo dibujando sobre las rutinas con el índice,
tocando a penas con la punta del dedo esas canciones
y cayendo, siempre cayendo,
como ahora
yo de madrugada,
a ti.

8.01.2007

Nubes de poliestireno (para Gilda)

Con una navaja en la mano. Así me recibía. Me pedía que dejara la puerta abierta, me daba un beso apurado en la mejilla y se tiraba al suelo a navajear bloques de unicel. Mientras conversábamos volaban los trozos blancos, produciendo una nevada que nublaba sus grandes ojos negros de una forma inacabable para mi memoria, bellísima.

Se reía en medio de la locura de su brazo serpenteando la navaja. El piso de su casa estaba cubierto por capas y capas de fragmentos celulares y blancos.

La conocí en la escuela, en una clase de escenografía. Recuerdo su silencio. Sus labios sellados frente al vaso de hielo seco en la cafetería, mientras sentada, movía sus pies al ritmo de la rola que sonara en los audífonos. A veces me sentaba con ella y entre tanto callar nos hicimos cercanas.

Siempre estaba girando su espacio. Movía los muebles y los miraba fijamente, parecía buscar un dibujo en los huecos que se hacían entre el sofá y la cama, entre la silla y la tele. Espacios perfectos donde reposara el aire. Luego se sentaba de nuevo en el centro de la pieza, respiraba, bebía café, ponía música y se levantaba a voltearlo todo, otra vez.

Un día me dijo que nuestra identidad incluía una silla, la cocina, la ventana, el tablero de ajedrez, el maniquí que tenía sobre la mesa y todas las partes de nuestro cuerpo que alcanzáramos a ver. Estamos dentro de nuestra inmediata lectura del mundo (decía) están ahí nuestras manos y pies, nuestro torso, la realidad siempre impregnada de nosotros.

Aunque somos un punto en el espacio (añadía quitándose los pequeños fragmentos blancos de sus brazos), cada mañana frente al espejo, con la boca atestada de dentífrico, somos de nuevo torpes y gigantes. Nuestro reflejo es la foto de un convicto violentado por la noche, apañado apenas por la policía, confuso, terrible.

Cada mañana, nace en las pupilas de ese desconocido que vemos en el espejo, la inmensidad. Entonces nos miramos como la primera vez que vimos el mar. Ahí, en nuestros ojos idiotas puede que se estire una sonrisa que nos empuje el cuerpo a la calle para sin darnos cuenta de nada, andar.

Después de decir esto me miró sonriendo, la recuerdo bien en medio de su rápida y filosa maniobra, completamente velada por la lluvia de unicel.

Cuando me acercaba a su cuadra las piernas me temblaban, pues sabía que pronto mis pies tocarían las nubes. Al llegar sentía el alivio de mis pasos flotantes sobre los trozos de poliestireno. Nunca supe que tan lejos me encontraba, cuando estaba frente a ella, del suelo. Sólo sé que flotaba y ella se reía al ver en mí ese gesto inofensivo, se enternecía cual si viera a un gato enredado en un atillo de estambre. A mí, la única certeza que me queda es que cada que iba a visitarla olvidaba mi cuerpo dentro de su casa.

Qué de malo puede haber en que uno pinte pajaritos



www.longbeachtransit.blogspot.com

v

Hermosillo, Sonora, Mexico

algunos lugares

archivo